No importa la época del año, si nos adentramos en las rocas del intermareal veremos que habitualmente, aunque de lejos no lo parezca, que están llenas de estas pequeñas aves de color piedra, lo que hace, que hasta que no nos acerquemos los suficiente no los apreciemos. Suelen ser bastante confiadas por lo que para observarlas no hace falta ni telescopio ni microscopio. En zonas muy concurridas como el Castillo de San Sebastián en Cádiz se suben a los muros mientras la gente pasa sin apenas asustarse.
Como casi todos los limícolas, cuando llega el verano se hacen más llamativos y sus colores cambian ligeramente del marrón al rojizo (como algunos correlimos) de manera que se facilita el encuentro entre individuos reproductores que fácilmente y a distancia se identificarán por sus colores.
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